¿Dispuesto a vivir?

Vivir significa enfrentarse a la vida. Reir, discutir, sentir. Enfadarse y alegrarse. Opinar. Aceptar y rechazar. Vivir comprende un término base: luchar. Desear no morir. Querer seguir adelante siempre. Vivir significa querer vivir bien. No dejar que el tiempo pase y morir deprimido. Intentemos hacer que nuestra vida sea mejor. Hablemos... No sé, ¿de vivir?

sábado, 27 de noviembre de 2010

Prólogo


Revisando archivos de ordenador encontré el borrador del prólogo del cual iba a ser mi primer libro (exactamente del 19/11/2006). Sí, con diciséis años ya parecía que sabía hacia donde iba a tirar. Se trata de una gran historia de ciencia ficción (pese a que el prólogo sea de fantasía total) y no me quedó otra más que abandonar el proyecto. Era algo demasiado grande para mi corta edad y, pese a que han pasado cuatro años, sigue siendo algo demasiado fuerte. Me falta ver mundo, me falta vivir, sentir un montón de cosas que aún no he sentido, necesito ver un atardecer en egipto, necesito ver un amanecer en túrquía... Necesito demasiado. Y como no creo que realmente ningún día pueda llegar a proteguirlo aquí dejo el pruebo, recién retocado, de lo que un día quiso ser y nunca será.

Prólogo

Cabalgaba con su montura como si fueran uno. Su caballo, de un blanco deslumbrante desentonaba en la noche y parecía una estrella en movimiento. Ella, por su parte, parecía una Diosa recién caída del Olimpo. Su largo cabello de un rojo atronador que caía totalmente sobre su hombro izquierdo chocaba con el azul celeste de su túnica y se adaptaba de forma casi obscena a la capa azabache que acariciaba su espalda mientras danzaba al son del viento. Irradiaba una energía estremecedora y, las ramas y hojas secas de los otoñales árboles a su alrededor, parecían asustarse y apartarse ante su majestuosidad. Sin olvidar sus ojos, esos ojos de un azul tan intenso y sereno a la vez que habrían vuelto gélido al mar.

Introdujo la mano en una pequeña de bolsa de tela plateada que colgaba de la cinta negra que actuaba de cinturón. Sacó de ella un fino polvo brillante de un tono rojo intenso, estiró el brazo con él en la mano y lo dejó caer al suelo con sutileza, sin apartar en ningún momento la mirada de su camino.

Según caía empezó a brillar exuberante, provocando tras su rastro que el aire se agitara. En el instante que rozó el suelo, cada partícula de polvo provocó un chasquido cual hojas rotas y, por arte de magia, empezó a arder, provocando que se creara una pequeña llama la cual se fue incrementando hasta provocar que todo el bosque ardiera, paulatinamente, persiguiendo a esa jinete huidiza.

La mujer de pelo candente al ver por el rabillo del ojo el efecto que había provocado, empezó a murmuras unas palabras inteligibles. Dignas de un loco o de alguien demasiado cuerdo. Las palabras se fueron entrelazando formando un cántico que provocó que el fuego comenzara a danzar a su son. Con cada nueva estrofa de la melodía el fuego se expandía más y más por el frondoso bosque, sin parar de ir tras la mujer, pareciendo en ciertos momentos como si pudieran llegar a tocarla. Eso era, el fuego quería tocarla, deseaba con lujuria mancillar su pureza.

Alzó las manos soltando las riendas tranquila, mientras su caballo proseguía su andadura con naturalidad. Colocó las yemas de tres de sus dedos en sus pómulos y, en un gesto rápido y agresivo, los echo hacía atrás, provocando sorprendentemente que tres cortes perfectamente rectos y simétricos surgieran a cada lado de su clara tez.

La sangré pugnó entonces por salir. Desde la parte más alta de cada corte surgió una pequeña gota que, tras unos segundos removiéndose, recorrieron sus mejillas hasta desprenderse doloridas del tacto de su piel, pasando a flotar hasta contactar con el fuego que se interponía en su camino

Una gran explosión removió los cimientos de la tierra y todo se detuvo.

El fuego gimió de dolor, la sangre lloró, el bosque aulló apenado y la luna, que miraba todo elegante entre las ramas superiores, vibró. En un instante el fuego cambio su tonalidad, volviéndose primero rojo escarlata y pasando a convertirse en un tono púrpura cegador.

La explosión ceso y el tiempo regresó.

El caballo continuó su trotar y la mujer, sonriente, volvió a agarrar las riendas mientras veía como el mágico fuego a su espalda se apagaba y, según lo hacía todo volvía a renacer. Las ramas secas florecieron, las hojas caídas regresaron a su lugar, la hierba salió airosa de entre la húmeda tierra e inundó todo con su frescura, las estrellas sonrieron y la luna dejó su vaivén para serenarse.

Estaba hecho. El mundo entero había cambiado y no había marcha atrás.


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