Buenas, soy yo. Vale, es un poco absurdo que diga que soy yo
cuando en el remitente aparece mi nombre, pero bueno, me parecía mal no hacer
referencia a que yo soy yo al inicio de un mensaje. Sí, empiezo bien. Muy en mi estilo de empezar a
darle vueltas a las cosas para no llegar a ningún sitio.
Te quiero.
Sorpresa. Eso ha sido más directo. Aunque supongo que te lo esperabas. Tenía pensado
decírtelo cara a cara, pero por mucho que lo intento no puedo. No cuando sé que
dos palabras tan simples van a hacer que todo cambie de forma tan radical.
Olvídate un segundo de lo que te acabo de decir y presta
atención a lo siguiente: Gracias. No es un gracias de mierda, de las que
respondes sin querer a un camarero cuando te pone un café con la leche
demasiado caliente para tu propio bien. No. Es un gracias de verdad, de esos
que se dicen con la mano en el corazón y con gesto serio. Quiero darte las gracias por aparecer
en mi vida, por la inesperada sorpresa que has sido. No soy de perder la
esperanza, pero con el tiempo aprendes a conformarte con lo mediocre, a no
esperar nada más, a aceptar el mal menor y, para mí, la soledad había sido justamente
eso. Hasta que apareciste tú. Has convertido mi vida en un lugar mejor, en un
sitio más tranquilo, en algo más feliz, inesperado. La forma en que lo hiciste
fue fácil, simplemente supiste como estar ahí. Pasaste de ser un completo
desconocido a ser una parte permanente de mi vida, a enseñarme lugares que
jamás habría descubierto, a conocer puntos de vista que nunca
nadie me había dado, a discutir por tonterías que nunca habría imaginado.
Gracias. Gracias por recordarme lo que es apreciar a alguien, lo que es que una
persona te importe hasta el límite de tener la necesidad de ser mejor, de
quererme más para que tú pudieras verme y, durnante un momento, ser el culpable de hacerte sonreír. Suena absurdo, porque parece
un esfuerzo, pero no lo es, contigo las cosas no cuestan, es lo bueno. Todo sale
solo.
Volviendo al inicio. Te quiero. Créeme cuando te digo que he
luchado contra viento y marea para que esto no sucediera, para no terminar
enamorándome de ti. No he podido evitarlo. Lo siento, te quiero. Me
importas y, aunque sé que te importo, no me quieres. No pasa nada. Yo a ti sí y,
tristemente, me tengo que despedir. Odio las despedidas, es por
eso que no te he dicho lo que siento, dolía demasiado pensar que, tras algo tan
bonito como un te quiero, hubiera escondido expectante algo tan terrorífico como
un adiós.
Es lo que tiene el saber que algo va a doler. Huyes. Sales
corriendo sin mirar atrás y, si te arrepientes, no tienes nada que hacer.
Cuando corres de algo tan rápido como yo lo hago, cuando te giras a mirar lo
que dejas atrás, ya no encuentras nada. Quiero que seas feliz, que te enamores
de alguien tanto que duela. Quiero que encuentres lo que tú me has dado a mí, y
que sonrías con ello como lo hago yo. Pero perdóname, no quiero ser testigo de
algo así. Ver que alguien se convierte en algo tan especial como tú lo eres
para mí y, al mismo tiempo, ver como la vida que me has ofrecido me es
arrebatada de las manos poco a poco por alguien a quien ni conoceré, es algo
que no puedo soportar y, aunque duela, tengo que hacerlo pese a que, cuando
me arrepienta, y me voy a arrepentir, será tarde para mirar atrás.
Pero no me gusta decir adiós.
Por eso, simplemente, diré hasta siempre.
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