Estoy inmerso una época de cambios. La mayoría de ello son
finales que, en principio, no llevan a ningún sitio. En la lista de esos
finales de aquello que podemos encontrar en la vida están: algunos amigos,
algunas personas importantes y, más allá, cosas algo más materiales, como el
terminar la carrera y conseguir un título.
Ahora mismo estoy en el limbo. Ese lugar en el que
simplemente te detienes un instante. Esperas a ver que viene, intentas
encauzarlo de la manera más adecuada y, cuando algo se escapa de tus manos,
decides. La elección es ardua y complicada, puesto que todas nuestras acciones
conllevan algún tipo de reacción. No a un nivel igual y equivalente como sucede
en la ciencia, sino a un nivel más humano. ¿Qué pasa si ignoro a esta persona? ¿Y si
decido pasarme el día regalándole sonrisas a esta otra? Las elecciones son
diversas y, aunque sean así de sucintas, todas tienen una cosa en común. Nos
afectan. Afectan a nuestra vida y a la forma en la que avanza.
Los que me conocen saben que soy un maldito esperanzado que
disfruta pegándose y follándose a la vida en ambos niveles. Quizás no sea lo
más adecuado pero, tras una adolescencia bastante oscura y solitaria, creo que
es el retazo de aquello que una vez no tuve. Me he pasado varios años inmerso
en la lujuria de vivir, de sonreír, de ser feliz. Años en los que cada hostia
era mayor que la anterior y que, pese a los malos momentos, no impedían que
siguiera viviendo. Años que han conformado lo que soy hoy en día y lo que puedo
esperar de los demás. Lo de ser simple no fue nunca algo que me definiera.
Pero ahora estoy en el limbo. Tengo la opción de, a partir
de este momento, decidir hacia dónde quiero reconducir mi vida. Siendo consciente
de que por mis estudios mi mente pueda
ser calificada de "artista con bases científicas", no es un lugar muy
alentador del que partir en este momento. Tengo que ir más allá y encontrar el
sentido de mi vida y, por mucho que me cueste admitirlo, cada día estoy más
cerca de él
Estoy aquí para vivir, para vivir mi vida a mi curiosa manera.
Como pasa por ejemplo cuando conoces a alguien, intentas gustarle, que
funcione, que al final falle… No importa. No se trata de buscar un final de
historia de amor, me encanta vivir ese desarrollo de la historia hasta el punto
en el que llega el final y, si descubres que aquello que querías no es lo que
esperabas, sufres. Sufres y lloras como nunca antes, pues cuanto más vives más
aprendes a sufrir. Son términos que van ligados. Peo siempre con esperanza. Con
el conocimiento de que son épocas, rachas, momentos. Las cosas pueden salir mal
pero, al mismo tiempo, puede que lleguen a salir bien. A veces peco de
entregarme a todo en exceso, pero es mi forma de ser y no puedo cambiar un
rasgo así. Lo que sí he aprendido con ello es a que las consecuencias no me
sorprendan tanto, y, con el tiempo, el dolor no pase de ser una ligera picazón.
No soy de los que luchan para perder, no. Yo lucho para
ganar, para conseguir el gran premio final. Cada fallo, cada error, simplemente
me da más coraje para seguir intentando lograr mis sueños. Ya sea trabajar en
televisión, o triunfar en la literatura, incluso conocer a alguien a quien
llegue tanto a importar, que te quiera como eres, con todo lo bueno, y todo lo
malo, y no decida olvidarse de ti a los dos días sin darte la oportunidad de
darle su regalo. Que dos personas permitan conocerse no deja de ser un
intercambio de regalos mayor que cualquier Navidad o cumpleaños. No descarto
conocer a alguien que no le importe quién sea en tanto que con él sea yo mismo.
De igual forma no descarto encontrar a alguien en el que mi mera presencia le
ayude a ser aquello que quiere ser. De momento todo por lo que he pasado no me
ha acercado a ese punto, pero me ha enseñado lecciones que, en el futuro, sirvan
de ayuda. Como una de las últimas frases que descubrí escribiendo y que más me
hace sonreír al repetirla: “El amor no aparece de la nada, se crea. Una chispa
puede ser el aliciente, pero hace falta que dos personas soplen en la misma
dirección para que las llamas ardan.”
Voy a pagar el precio del sufrimiento, voy a llorar las
pérdidas del camino, pero voy a seguir adelante. Hasta el día en que mi cuerpo
se encuentre bajo tierra, las palabras "Nunca pierdas la esperanza"
seguirán tatuadas y atadas a mí, recordándome quien soy y lo que nunca se me
debe olvidar. Puedo ser todo lo que quiera siempre que se me permita: Desde un
amigo, un colega, un confidente, hasta
incluso un amante. Todo eso en el cuerpo de un ser humano como el mío, con
tanas opciones de abrazarlo y repudiarlo. Con tanta facilidad de ser querido y
ser odiado. Con todas las cosas buenas y malas. Un simple ser humano que se ha
aceptado y ha aceptado su gran verdad: Vivir me pone cachondo.