Un día te miras al espejo y, de
repente, ya no estás. La persona que creías que eras y que tanto habías luchado
por construir no existe. ¿La culpa? Tuya, tuya y de nadie más.
A lo largo de la vida vamos a
conocer a un montón de personas, algunas nos marcarán más, otras lo harán
menos. El nexo común entre ellas vas a ser tú, nadie más. Hay veces que
conocerás a gente que te cambiará pero, si algo he aprendido tras mis años de
perderme y volver a encontrarme es que, al final, nuestra esencia permanente.
Hay cosas que te hacen ser tú de forma específica. No se trata de rasgos
físicos, no, es algo más profundo. Una especie de huella psicológica que nos
hace ser quien somos y que permite que los demás nos entiendan y nos aprecien.
No sé qué ha sucedido, o no
quiero decirlo en alto. No sé qué ha pasado para que yo deje de ser yo, mi
esencia se haya perdido y me haya convertido en esta versión de mí que, si no
me da miedo, se acerca mucho a ello. Creo que es culpa de haberme entregado.
Creo en el amor firmemente, igual que creo que el acabar con alguien para toda
tu vida no sólo es factible, sino que es una de las mejores experiencias. Poder
conocer a alguien que te conozca casi más que tú a ti mismo y que te entienda
es excepcional. ¿El problema? Que no esperaba encontrarlo y, cuando pensé que
lo había hecho, me regalé.
Como si nada,
me puse un lazo y me entregué. Yo, que me he pasado más horas de mí vida yendo
entre una cama y otra que estudiando. Yo, el mismo que tiene la firme teoría de
que nacemos solos, morimos solos y lo que debemos hacer es pasar el tiempo
entre un suceso y otro con alguien que merezca la pena. Yo, ese mismo
gilipollas que no aprende que las cosas pueden salir mal y, cuando alguien se
propone hacerte daño, lo hace a lo grande.
En mi puta vida, y uso la palabra
puta de forma excepcional (normalmente aquí intento hablar bien), repito, en mi
puta vida me habían dado tantas hostias y me había arrastrado tanto por alguien
que al final solo demostró no quererme a su lado. No ha sido hasta que me he
mirado en el espejo y me he dado cuenta de que me he perdido que soy consciente
de que tengo que parar. Ya no por mí, mi deje masoquista hace que aguante
todo perfectamente, sino por mi entorno. Cuando alguien te mira y te dice que
no te reconoce, algo va mal. Muy, muy mal.
No podemos obligar a nadie a
estar en nuestra vida. Si alguien se marcha es su decisión, no la nuestra y si
tenemos que volver a conocernos una vez se han marchado, bueno, de todo se
aprende. La gracia está en que llegará un día en el que conocerás a alguien que
no hará que te pierdas a ti mismo y que te querrá tal y como eres. Será
entonces y sólo entonces, cuando no te habrás perdido. Será como volver a
encontrarte con un amigo al que siempre extrañaste. Haz las cosas que te gustan,
vive tu vida y si con suerte puedes compartir alguna de ellas con esa persona,
hazlo.
Me miro en el espejo y no me
reconozco, pero me sonrío. Sé que todo volverá a estar bien. No necesito a
nadie a mi lado que me recuerde cómo ser feliz, yo mismo sé cómo serlo. No voy
a cerrarme a pasar mi vida con alguien pero no voy a regalarme, ya no, me quiero demasiado como para ser un mono de feria de la vida. Si de
algo se aprende es de las hostias y, creedme, de esta he salido bastante
escaldado. Lo bueno es que el destino
sigue ahí y, lo que me tenga preparado, bienvenido será.