Con el verano llega el buen
tiempo, los cuerpos ligeritos de ropa, las tardes con amigos, la desidia entre
las sábanas y ante todo, los amores de verano. Espera, no, eso último no.
Cambiad amores de verano por primitiva. Exacto. La primitiva es lo que me va a
salvar de terminar llevando a cabo mi plan de comprarme un gato al que llamar
Fernando y así, cuando vaya a morir, Fernando VII pueda heredar todos mis
bienes. Por qué señores, por fin y, después de tanto tiempo, juego a la
lotería. Ya no me sentiré idiota al decir que me va a tocar cuando ni
participo, ahora solo me sentiré subnormal por pensar que me va a tocar por el
mero hecho de jugar, pero oye, es un paso, la tontería no se cura en un día.
Dicen que afortunado en el juego,
desafortunado en el amor. Así que he decidido darle la vuelta, desafortunado en
el amor, afortunado en el juego. Quizás en esto tenga un problema,
especialmente con aquellas personas con la que por amor entienden sexo casual
con atractivos desconocidos. En ese caso, bueno, sí, también soy afortunado.
Pero realmente eso no es amor, es sexo. No niego que está genial y que incluso
en algunos momentos puedas llegar a entablar pequeñas relaciones de amistad con
ciertos sujetos (pequeñas, puesto que seamos sinceros, a día de hoy nadie ha
vuelto a conseguir que me interese lo suficiente por él como para realmente
pararme a escuchar atentamente la historia de su existencia, especialmente
después de que el depósito se vacíe. Nota:
Si queréis crear interés en alguien hacedlo antes de llegar a las sábanas, que
hay que deciros todo, coño, que es una relación, no una receta para cocinar
cupcakes). El caso es que como es a mí a quien me va a tocar la primitiva,
he decidido entender el amor como una relación de pareja, algo que no tengo,
culpad al hecho de que me niegue a conformarme, y por lo tanto, hace factible
la frase hecha inicial.
En todo esto tengo un problema
añadido, en un par de semanas es probable que empiece a trabajar en una
productora, por lo que igual eso es mi primitiva. Siendo sincero no me quejaré,
permitirá que vuelva a Madrid antes y me alejara del suicidio cerebral. Todos
los veranos me hundo, no soporto el no hacer nada durante tanto tiempo,
necesito centrar mi mente en algo y el verano es demasiado largo, especialmente
cuando he aprobado todas y no tengo esa vocecita que los dos últimos veranos me
acompañaba a todos los lados: “El año que viene a repetir y, además, a pagar el
doble por la asignatura, pero oye, la parte de pagar no la pienses demasiado,
no vaya a ser que entonces tengas que decírselo a tus queridos padres
benefactores, tu madre empiece a dar la tabarra con la beca y tu padre te mire
con esa cara tan de pocos amigos que tiene guardada para ti en esos precisos
momentos.”
El caso es que este verano posiblemente
sea diferente o, al menos, así se presenta en inicio. Podré quejarme del calor
de Madrid tanto como quiera, no me cierro a encontrar el amor o, al menos, a
alguien que me haga querer darme de hostias en el estómago por sentir esas mariposas
tan frustrantes y, si no, no pasa nada, me va a tocar la primitiva.