No sé qué tiene la noche que mi
mente parece que se viene arriba independientemente de cuan cansado esté. Tengo
las pastillas del insomnio mirándome pero, tras comprobar los cambios de humor
que me producen y como afectan a la gente de mi entorno, he decidido dejarlas
apartadas de mi vida una temporada. El resultado de esa decisión es obvio.
Hace dos días fue mi cumpleaños.
Cumplí veintitrés, un número que me encanta, por cierto. A diferencia de muchas
de las personas que conozco no me tomo el cumplir un año más como algo malo, al
contrario. Cumplir un año más implica haber vivido más experiencias, haber
sufrido y, lo que uno más recuerda, haber sonreído. Un año más implica seguir
viviendo y eso, para mí, es algo que celebrar.
Por estas fechas es el momento en
el que me dedicó a mirar a mi espalda y comprobar mi mochila de recuerdos.
Rememorar a veces es doloroso pero, siendo sinceros, también satisfactorio. La
memoria tiene esa habilidad de acercarnos con certeza los buenos momentos y alejar
los malos. Pese a que siguen estando ahí es necesario indagar con la mente para
traerlos al frente, algo que muchas veces se agradece.
El sufrimiento pasa, el dolor se
marcha y, pese a que muchas cosas puedan dejar una visible marca en nosotros,
al final lo que cuenta es lo que aprendemos de ello y como lo trasportamos a
nuestro día a día. Gracias a los malos momentos forjamos nuestro carácter. Las
buenas situaciones ayudan, por supuesto, a darnos cuenta de lo que valemos
pero, por otro lado, las malas nos recuerdan lo que de verdad importa.
He iniciado una nueva etapa en mi
vida. Vivo en un nuevo lugar con gente ya conocida pero que, día a día, cojo
más aprecio y me recuerdan el acierto que fue permitirles entrar en mi vida y
mantenerlas. Respecto a mi carácter me siento orgulloso de, alguna forma, haber
mejorado. Sigo siendo ese niñato alocado con pensamientos perversos de
dominación sexual a niveles incontrolables, por suerte por ahora se quedan en
pensamientos, alejando cada vez más a ese pecador interno de mí. No me
arrepiento de las cosas que hice, al contrario, he aprendido a llevarlas con
dignidad, demasiada a decir verdad.
Sigo teniendo la manía de pensar
lo peor de todo el mundo, de forma que solo puedan darte sorpresas gratas.
Quizás no sea la forma más adecuada de vivir, pero me funciona. Ya no ataco a
la gente sin razón, de hecho me cuesta llevarme realmente mal con alguien. Una
de esas grandes lecciones que un día alguien me enseñó y que nunca olvidaré:
Odiar es la cosa más inútil del mundo.
La vida está para ser vivida.
Quizás ya no tenga una vida tan interesante como antes, gracias a la cual podía
hacer prácticamente una entrada a la semana. Pero no me importa. Dentro de esta
tranquilidad que he decidido vivir me siento feliz. Tengo gente cerca a la que
quiero, cada día conozco más a personas de mi entorno que, cuanto más
profundizo, más me llenan. No espero tiempos más movidos, ya llegarán. He aprendido
a vivir conmigo mismo y a ser consciente de lo que eso conlleva y, estar solo a
día de hoy, parece ser lo más adecuado.
Lo que merece la pena de esta
vida es hacer honor a dicha palabra en sí misma y, creedme, estoy más que contento
de poco a poco encontrar mi camino y vivir mi vida.