Nunca pierdas la esperanza. Si
hay una frase que define mi vida y me forma de pensar es esa, la misma que
llevo tatuada en el brazo y que, cuando las cosas se ponen más difíciles, me
gusta mirar, intentando de alguna manera que me diga la forma de continuar, la
mejor opción de seguir adelante o, al menos, de que recuerde que no debo
rendirme.
No sé lo que me ha pasado con el
tiempo, realmente intento averiguarlo pero no llego a entender que es lo que ha
sucedido. No siento. No en el sentido literal de dicha frase, si me doy un
golpe contra una esquina con el pie descalzo, créeme que hasta mi vecina va a
enterarse de que siento. Es algo más interno, algo dentro de mí que me impide
realmente llegar a permitir que alguien me llegue, una especie de vacío en el
pecho que se ha llenado con hormigón tras tantos golpes. Quizás para mi edad,
22 años para aquel que no lo sepa, suene un poco dramático, sin embargo tengo
ese sentimiento. He vivido mucho, para el punto en el que estoy demasiado y, de
alguna forma, he sufrido y sonreído en muy poco tiempo lo que a otros les
hubiera costado décadas.
Solía achacar mi vacío a heridas
internas. Suponía que aún necesitaba más tiempo, la única cosa que al parecer
he descubierto que tengo a mi entera disposición. Sin embargo, tras analizarlo
todas las heridas abiertas, ya han sido cerradas, unas sin dejar cicatriz y
otras dejando tales marcas que ni la mejor cirugía lo arreglaría. Tras eso me
planteé si me había acorazado de nuevo. Sí, como antiguamente había hecho para
evitar sentir, había creado una especie de protección, algo que hiciera que
todo se mantuviera a parte. Tampoco ha sido así.
Soy yo, en el sentido general y
más estricto de la palabra, yo. No se trata de un personaje interpretando un
papel maestro con el fin de no resultar herido. Al contrario, no temo a las
heridas, las he vivido, las he sufrido y las he superado. Es algo más, algo más
que no puedo explicar y que no importa cuanto piense sobre ello, no parece
haber solución. Soy más yo que nunca, con todas las consecuencias buenas y
malas que eso acarrea en cualquier tipo de relación, pero no me arrepiento, te
ahorras crear falsas esperanzas y engaños, te permites vivir mejor contigo
mismo y no arrepentirte de todo, vivir así no era vivir.
Exacto. No me arrepiento de nada.
Soy yo. No tengo una coraza. No estoy herido. Es algo más, quizás simplemente
sea el sutil paso del tiempo dejando huella en mi carácter. No lo sé. En otras circunstancias
me preocuparía más pero, a día de hoy, no es necesario. Se arreglará, no seré
yo el que pierda la esperanza.